Primero fue amarrado por los tobillos a las patas de la silla con cinta de embalar. Luego el maestro le ató fuertemente por las muñecas al asiento. Después le amordazó con la banda adhesiva. Y, cuando el niño aquel ya era la imagen asustada de una esfinge con los ojos muy abiertos, fue arrastrado hasta el medio del aula, frente al resto de los chicos, como el que es colocado frente a un pelotón de fusilamiento. Para que los otros se rieran de él.